Translate

jueves, 7 de diciembre de 2017

Fragmentos

Había una vez...Fragmentos

Es quizás mejor saberlo o quizás no saber nada, no lo sé, pero para dejarlo más en claro mejor comenzaré por aquí...

Había una vez en una playa, con aguas transparentes como el aire, cristalinas como el alma de los niños y tan pura como la esperanza de su paz, una historia grabada entre la arena y el mar.

En estas aguas de fondo de arena blanca, conchas de tonos nácar blanco y tornasol adornando las orillas de la playa que resplandece con rayos dorados reflejados en millones de burbujas, etéreas formas circulares que bulliciosas explotan al aire emitiendo cantos de color arcoíris que iluminan las costas de mi playa favorita, en donde todo comenzó el día en que el eclipse total de sol nos cubrió por completo.

La brisa marina me ha bañado desde entonces, desde que una mañana la vieja Matilda, me pidió ayuda para recolectar cientos de fragmentos regados por toda la costa, aunque según ella no eran tantos como le hubiesen gustado yo los fui encontrando, juntando y entregando; a mí no me parecían cientos, me parecían miles, aunque tal vez era por mi corta edad, a fin de cuentas a los 5 años quien podría ser consciente plenamente de sus acciones; sin embargo trabajé con la bonachona anciana hasta su partida, que de no ser porque me tocó vivirlo no lo hubiese creído nunca, la mujer tenía aficiones muy raras.

Estos fragmentos no me parecían más que simples piedras huecas de coral y de calcita, tapizadas por fuera de musgo y algas marinas cual finísimas alfombras que cubrían disfrazando los fragmentos ancestrales en el lecho del mar (nunca me pregunté por qué, pero la anciana Matilda tampoco me lo habría dicho, era muy reservada con lo que quería), siempre estuve enamorado de la mar, Matilda lo sabía, era mi nana desde que mamá trabajaba en el restaurante del centro del pueblo, cosa que la hizo alejarse cuando papá falleció en un incendio, así que, huérfano de padre, Matilde se hizo mi madre cuando Noba, mi preciosa madre verdadera, se fue a la ciudad capital para no volver jamás.


Los fragmentos eran de tamaños irregulares, algunos igual de tamaño que mis pequeñas manos, otros tan amplios como un zapato, otros más llamativos me costó trabajo traérselos; había encontrado algunos tan grandes como una foca (mmmm...aunque en nuestra costa no hay focas...), bueno corrijo pues, tan grandes como un delfín, de esos si he visto al navegar por los mares entre las islas perdidas y la engañosa isla olvidada.

Mis manos con el tiempo dejaron de ser frágiles y al ser manos de hombre pude apreciar la belleza de estas piedras, que aunque podrían parecerlo no eran tan pesadas como se veían, a simple vista estaban más por el engaño que por el uso ¿qué uso podrían tener tantos fragmentos de roca de coral inservibles cubiertos de fangoso musgo marino? Simplemente una pregunta tonta para un niño que solo deseaba su recompensa en Allures, una delicia verdadera, nadie como la nana Matilda para cocinar esos triangulares o rectangulares panes fermentados de levadura cubiertos de quezzillo y especies de hierbas bañadas en salsa de tomate; salidos del horno eran la carnada perfecta para mi estómago ansioso de más de ellos, por ello mi concentración en buscar piedras perdidas era tanta como la urgencia que ella mostraba en recolectarlas.

Sin embargo mi interés en proteger las piedras dejó de ser poco para convertirse en el motor de mi vida entera, la luna roja me hizo descubrir a la anciana hechicera Matilda realizando un rito de cánticos mágicos que me hizo descubrir la razón de mi existencia...

Agazapado entre la maleza de la jungla, sobre una roca angular la vieja vertía la sangre de sus propias manos sobre un fragmento de piedra en especial, la cual brillaba por los rayos lunares que caían sobre la piedra bañada en sangre partiéndola en dos, yo me quedé atónito al ver la piedra dividida, un fragmento de tantos que no había podido romper ni cuando se me caían de las manos, sin embargo la piedra se partió y en su interior los destellos de luz brotaron a borbotones hasta cegarme momentáneamente con su brillo, siendo un chiquillo aún no entendía muy bien lo que había en ellos, mas mi inocencia y curiosidad me obligaron a tallarme los ojos mientras me acercaba a la nana Matilda que mantenía entre sus manos las dos mitades partidas de la piedra, estaban plagadas de diamantes por dentro y no sólo eso, en su interior también había huevecillos que aunque, abruptamente sorprendida la nana por verme ahí, no dejó caer nunca y depositó los huevecillos suavemente en una tina de porcelana al tiempo que me señalaba sentarme a su lado para mirar dentro de aquel blanco traste.

Le agregó los diamantes del interior de las rocas de coral, algunas gotas de sangre de sus manos y cortándose un mechón de su cabello trenzado con anterioridad dio inicio a un cántico mágico que no se prolongaría por mucho tiempo, ya que algunos segundos después la luna roja extendió animosamente por sobre las nubes grises sus rayos de tonos carmín, bañando con ellos los diamantes los cuales brillaron intensamente en tornasol causando vibraciones en los huevecillos que inmediatamente rodaron por dentro del recipiente porcelanizado enredándose entre las hebras de cabellos hasta absorberlos junto con la sangre que en el agua estaba, mis ojos atónitos y sorprendidos podían ver sin creer cómo crecían rompiéndose en pedacitos de cascaron vacío, lo que emergía primero como tres pececillos de amplias y coloridas colas, Matilda tomaba entre sus manos para acercarles uno a uno a su corazón, en donde al arrullarlo depositaba un par de gotas de sangre, que aún fluían de su mano derecha, en aquellas pequeñas bocas de pez, una vez por cada uno de ellos.

Mi asombro infantil me dejo mudo, sin mayor palabra que una que otra exclamación de asombro.

La anciana no me pedía más cosa que me quedara quieto y callado, al menos eso entendí, porque sus ritos aun no terminaban, los cabellos enredados en las aletas de los peces seguían ahí, la vieja había depositado a los pececillos juntos en el traste nuevamente, y para mi sorpresa, tomó algunas piezas de carne de cerdo crudo, puro, fresco, dando inicio a una transformación increíble, los pececillos dieron vueltas sobre sí mismos enredándose peligrosamente entre los cabellos coloridos de la anciana, yo esperaba una tragedia, algo así como que ya no resistieran pero la vieja me sacó de mis asombros con un empujón de su codo izquierdo, había dejado de cantar al fin sin darme cuenta; me apuró a darle tres toallas que tenía en un canasto púrpura de palma tejida que estaba junto a nosotros; al ponérselos a la mano me quede absorto en lo que veía, los pececillos habían desarrollo de sus aletas manos con las que aprisionaban los trocitos de carne a la cual despedazaban en una boca más humana que marina, mordisqueando con sus aún filosos dientes los pedazos...Si la hechicera no me llama por mi nombre en un tono más fuerte no hubiera reaccionado, la impresión de ver como aquellos pequeños y frágiles pececillos se habían transformado en hermosas bebés de apariencia casi recién nacidas y digo "casi" así, entre comillas porque estas preciosuras desarrollaron también cabelleras diferentes al tiempo que su cola desaparecía, formándose en su lugar ambas piernas y si se lo preguntan sí, también tenían pies.

La cosa es que Matilda ya no me dejaría ir sin darme antes una responsabilidad tan profunda, la de ser el guardián de estos tres pequeños seres que desde entonces he protegido de sus perseguidores mientras crecen y se desarrollan, fortaleciendo sus aletas cada vez que vuelven al mar...

Oh, mi paciente Poltur, mi preciosa hija, hace tantas lunas de aquella encomienda que las extraño mucho, las extraño tanto a tí y a Matilda como a tu madre, pero sé que volveremos a verlas cuando la rebelión en Sirycos termine, por ahora...

¬Darmaaaa¬ Grité a la sombra en la distancia que chapoteaba y saltaba saliendo del agua para entrar en clavados nuevamente en ella.

¬Sal del agua mi niñaaaa¬ La pequeña niña de recientes 10 años se acerca nadando desde una mediana lejanía impulsada por su cola y manteniendo el rumbo con sus aletas al momento que las brazadas la impulsan de vez en vez a sacar la cabeza del agua en donde me busca y me mira fijamente para no perder su rumbo hasta llegar a la orilla donde me encuentro.

Apoya las manos en la arena para ayudarse a sí misma a erguirse sobre su espalda al tiempo que su colorida cola se separa en dos rodillas que dan paso a unas piernas firmes que se van apoyando en los pies a cada paso que da fuera del viejo mar azul.

A pesar de su folclórica vestimenta son visibles algunos rasgos de tornasol en arcoíris ya que brillan con el sol en las escamas que no terminan de desaparecer por estar aún bañadas de la transparente agua de la Playa de Cristal.

¬Sal del agua querida, para que recobres de nuevo tu forma humana¬ Le digo obviando lo que ella sabe de sobra.

¬Sí papi, ¿Te muestro lo que me encontré en la gruta de la isla del olvido?


imagen web

No hay comentarios.:

Publicar un comentario