Había una
vez...Fragmentos
Es quizás mejor saberlo o quizás no saber
nada, no lo sé, pero para dejarlo más en claro mejor comenzaré por aquí...
Había una vez en una playa, con aguas transparentes
como el aire, cristalinas como el alma de los niños y tan pura como la
esperanza de su paz, una historia grabada entre la arena y el mar.
En estas aguas de fondo de arena blanca,
conchas de tonos nácar blanco y tornasol adornando las orillas de la playa que
resplandece con rayos dorados reflejados en millones de burbujas, etéreas
formas circulares que bulliciosas explotan al aire emitiendo cantos de color
arcoíris que iluminan las costas de mi playa favorita, en donde todo comenzó el
día en que el eclipse total de sol nos cubrió por completo.
La brisa marina me ha bañado desde entonces,
desde que una mañana la vieja Matilda, me pidió ayuda para recolectar cientos
de fragmentos regados por toda la costa, aunque según ella no eran tantos como
le hubiesen gustado yo los fui encontrando, juntando y entregando; a mí no me
parecían cientos, me parecían miles, aunque tal vez era por mi corta edad, a
fin de cuentas a los 5 años quien podría ser consciente plenamente de sus
acciones; sin embargo trabajé con la bonachona anciana hasta su partida, que de
no ser porque me tocó vivirlo no lo hubiese creído nunca, la mujer tenía
aficiones muy raras.
Estos fragmentos no me parecían más que
simples piedras huecas de coral y de calcita, tapizadas por fuera de musgo y
algas marinas cual finísimas alfombras que cubrían disfrazando los fragmentos
ancestrales en el lecho del mar (nunca me pregunté por qué, pero la anciana
Matilda tampoco me lo habría dicho, era muy reservada con lo que quería),
siempre estuve enamorado de la mar, Matilda lo sabía, era mi nana desde que
mamá trabajaba en el restaurante del centro del pueblo, cosa que la hizo
alejarse cuando papá falleció en un incendio, así que, huérfano de padre,
Matilde se hizo mi madre cuando Noba, mi preciosa madre verdadera, se fue a la
ciudad capital para no volver jamás.
Los fragmentos eran de tamaños irregulares,
algunos igual de tamaño que mis pequeñas manos, otros tan amplios como un
zapato, otros más llamativos me costó trabajo traérselos; había encontrado
algunos tan grandes como una foca (mmmm...aunque en nuestra costa no hay focas...),
bueno corrijo pues, tan grandes como un delfín, de esos si he visto al navegar
por los mares entre las islas perdidas y la engañosa isla olvidada.
Mis manos con el tiempo dejaron de ser
frágiles y al ser manos de hombre pude apreciar la belleza de estas piedras,
que aunque podrían parecerlo no eran tan pesadas como se veían, a simple vista
estaban más por el engaño que por el uso ¿qué uso podrían tener tantos
fragmentos de roca de coral inservibles cubiertos de fangoso musgo marino?
Simplemente una pregunta tonta para un niño que solo deseaba su recompensa en
Allures, una delicia verdadera, nadie como la nana Matilda para cocinar esos triangulares
o rectangulares panes fermentados de levadura cubiertos de quezzillo y especies
de hierbas bañadas en salsa de tomate; salidos del horno eran la carnada
perfecta para mi estómago ansioso de más de ellos, por ello mi concentración en
buscar piedras perdidas era tanta como la urgencia que ella mostraba en
recolectarlas.
Sin embargo mi interés en proteger las
piedras dejó de ser poco para convertirse en el motor de mi vida entera, la
luna roja me hizo descubrir a la anciana hechicera Matilda realizando un rito
de cánticos mágicos que me hizo descubrir la razón de mi existencia...
Agazapado entre la maleza de la jungla, sobre
una roca angular la vieja vertía la sangre de sus propias manos sobre un
fragmento de piedra en especial, la cual brillaba por los rayos lunares que
caían sobre la piedra bañada en sangre partiéndola en dos, yo me quedé atónito
al ver la piedra dividida, un fragmento de tantos que no había podido romper ni
cuando se me caían de las manos, sin embargo la piedra se partió y en su
interior los destellos de luz brotaron a borbotones hasta cegarme
momentáneamente con su brillo, siendo un chiquillo aún no entendía muy bien lo que
había en ellos, mas mi inocencia y curiosidad me obligaron a tallarme los ojos
mientras me acercaba a la nana Matilda que mantenía entre sus manos las dos
mitades partidas de la piedra, estaban plagadas de diamantes por dentro y no
sólo eso, en su interior también había huevecillos que aunque, abruptamente sorprendida
la nana por verme ahí, no dejó caer nunca y depositó los huevecillos suavemente
en una tina de porcelana al tiempo que me señalaba sentarme a su lado para
mirar dentro de aquel blanco traste.
Le agregó los diamantes del interior de las
rocas de coral, algunas gotas de sangre de sus manos y cortándose un mechón de
su cabello trenzado con anterioridad dio inicio a un cántico mágico que no se
prolongaría por mucho tiempo, ya que algunos segundos después la luna roja
extendió animosamente por sobre las nubes grises sus rayos de tonos carmín,
bañando con ellos los diamantes los cuales brillaron intensamente en tornasol
causando vibraciones en los huevecillos que inmediatamente rodaron por dentro
del recipiente porcelanizado enredándose entre las hebras de cabellos hasta
absorberlos junto con la sangre que en el agua estaba, mis ojos atónitos y
sorprendidos podían ver sin creer cómo crecían rompiéndose en pedacitos de
cascaron vacío, lo que emergía primero como tres pececillos de amplias y
coloridas colas, Matilda tomaba entre sus manos para acercarles uno a uno a su
corazón, en donde al arrullarlo depositaba un par de gotas de sangre, que aún
fluían de su mano derecha, en aquellas pequeñas bocas de pez, una vez por cada
uno de ellos.
Mi asombro infantil me dejo mudo, sin mayor
palabra que una que otra exclamación de asombro.
La anciana no me pedía más cosa que me
quedara quieto y callado, al menos eso entendí, porque sus ritos aun no
terminaban, los cabellos enredados en las aletas de los peces seguían ahí, la
vieja había depositado a los pececillos juntos en el traste nuevamente, y para
mi sorpresa, tomó algunas piezas de carne de cerdo crudo, puro, fresco, dando
inicio a una transformación increíble, los pececillos dieron vueltas sobre sí
mismos enredándose peligrosamente entre los cabellos coloridos de la anciana,
yo esperaba una tragedia, algo así como que ya no resistieran pero la vieja me
sacó de mis asombros con un empujón de su codo izquierdo, había dejado de
cantar al fin sin darme cuenta; me apuró a darle tres toallas que tenía en un
canasto púrpura de palma tejida que estaba junto a nosotros; al ponérselos a la
mano me quede absorto en lo que veía, los pececillos habían desarrollo de sus
aletas manos con las que aprisionaban los trocitos de carne a la cual
despedazaban en una boca más humana que marina, mordisqueando con sus aún
filosos dientes los pedazos...Si la hechicera no me llama por mi nombre en un
tono más fuerte no hubiera reaccionado, la impresión de ver como aquellos
pequeños y frágiles pececillos se habían transformado en hermosas bebés de
apariencia casi recién nacidas y digo "casi" así, entre comillas
porque estas preciosuras desarrollaron también cabelleras diferentes al tiempo
que su cola desaparecía, formándose en su lugar ambas piernas y si se lo preguntan
sí, también tenían pies.
La cosa es que Matilda ya no me dejaría ir
sin darme antes una responsabilidad tan profunda, la de ser el guardián de
estos tres pequeños seres que desde entonces he protegido de sus perseguidores
mientras crecen y se desarrollan, fortaleciendo sus aletas cada vez que vuelven
al mar...
Oh, mi paciente Poltur, mi preciosa hija,
hace tantas lunas de aquella encomienda que las extraño mucho, las extraño tanto
a tí y a Matilda como a tu madre, pero sé que volveremos a verlas cuando la
rebelión en Sirycos termine, por ahora...
¬Darmaaaa¬ Grité a la sombra en la distancia que
chapoteaba y saltaba saliendo del agua para entrar en clavados nuevamente en
ella.
¬Sal del agua mi niñaaaa¬ La pequeña niña de
recientes 10 años se acerca nadando desde una mediana lejanía impulsada por su
cola y manteniendo el rumbo con sus aletas al momento que las brazadas la
impulsan de vez en vez a sacar la cabeza del agua en donde me busca y me mira
fijamente para no perder su rumbo hasta llegar a la orilla donde me encuentro.
Apoya las manos en la arena para ayudarse a
sí misma a erguirse sobre su espalda al tiempo que su colorida cola se separa
en dos rodillas que dan paso a unas piernas firmes que se van apoyando en los
pies a cada paso que da fuera del viejo mar azul.
A pesar de su folclórica vestimenta son
visibles algunos rasgos de tornasol en arcoíris ya que brillan con el sol en las
escamas que no terminan de desaparecer por estar aún bañadas de la transparente
agua de la Playa de Cristal.
¬Sal del agua querida, para que recobres de
nuevo tu forma humana¬ Le digo obviando lo que ella sabe de sobra.
¬Sí papi, ¿Te muestro lo que me encontré en
la gruta de la isla del olvido?
imagen web
No hay comentarios.:
Publicar un comentario