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jueves, 28 de junio de 2018

Sola


    La casa estaba sola, como era mi costumbre. La privada estrecha, los modelos los mismos, las áreas comunes vacías. Estos lugares de residenciales tipo vecindad, para nuestro nivel medio son cómodos, no muy austeros pero vacíos, casi siempre vacíos. La gente pasa mas tiempo en su trabajo que en su casa, por lo que se ve. Los que tienen hijos dejan a sus hijos en la escuela y al ser de tiempo completo, los traen de vuelta al atardecer. 

   Así son los días por aquí. La facilidad de disponer de tiendas de autoservicio cercanas me hace mucho bien. Las plazas alrededor me entretienen en mis paseos a pie desde aquí.  

   A mis sesenta y cinco años he aprendido a manejar mis cuentas, creo yo. El restaurante de mi madre fallecida me ha dejado muy buen ingreso mensualmente, desde hace mas de veinte años. Su inmejorable ubicación en el centro de la ciudad ha hecho que sea un ícono de este destino turístico por excelencia. 

    Suaves cortes de carne argentinos, los vinos chilenos, los platillos regionales y sus postres tan reconocidos internacionalmente me han dado muchas satisfacciones a lo largo del tiempo. 

    Entre los beneficios del retiro, están los servicios bancarios y de manejos en línea, aunque a veces se extraña el contacto físico ¿No? El verborreo cara a cara, el codearse con la chusma agripada que circunvala por la ciudad, sus plazas, sus tiendas y sus cines.  

   Así, de Lunes a Viernes, camino de aquí para allá hasta la media mañana y luego a encerrarme, disfruto de mi soledad el resto del día. 

   El guardia de la entrada al coto es muy amable, ya tiene mas de medio año aquí trabajando; Alfredo, un chiquillo de apenas veinte primaveras; casado, según dijo; con un crío de tres años al hombro, por lo que de vez en cuando le ayudo con algo de mercaderías o le dejo encargos pequeños para justificar la ayuda monetaria, lo que menos quiero es que lo piense como que le doy limosnas; aunque ya tiene algunos días que no he salido, se que todo marcha bien afuera, el sol nos rige de igual forma que desde la primavera. 

   Hoy, solo estoy metida en la bañera, no quiero salir de ella en realidad; últimamente me estoy sintiendo muy cómoda aquí adentro. Desde la última carta que recibí de mi hija, enviada desde Montreal, me decía que su viaje sería retrasado un par de meses, así que este verano no llegaría a tiempo, nos veríamos hasta el otoño. Eso me llevó a pensar que tenía estos meses libres, libre y a solas para disfrutar de mi propio tiempo. A leer, comer tartas, café y montones de galletas. Ninguna razón para dejar la cama, pero por el momento disfruto de mi tina de burbujas y sales relajantes. 

-Hey, Alfredo, voy a limpiar la basura de la casa doce, ese porche ya se lleno de polvo de nuevo ¿Vas a venir? 
Heee, Juanito, vamos, que te acompaño, me llevo la desbrozadora para darle una pasada a ese pasto 
-¿Doña Wilma no ha regresado? 
-Para nada ¿Tu crees? Ya tiene rato que no pasa por sus llaves, desde Marzo que no le sabemos nada. 
-Seguramente esta de viaje, ¿Que te preocupa? Siempre nos deja todo pagado por el año completo 
-¿Porque no te habían mandado por aquí?- le preguntó mientras la máquina hacía lo suyo perfilando el pasto para dejarlo alineado - ya tiene rato que no venías - 
-Nada que ver, pues si la última vez que vine, fue cuando me ayudaste a instalarle su tina- contestó tranquilamente mientras embolsaba la basura recogida, el polvo barrido y el pasto recortado por Alfredo. 
-Es verdad, ya tiene medio año de eso. Fue desde ahí que doña Wilma Rodríguez se fue, quizás de regreso a ver a su hija, hasta Canadá-. Caminaron de regreso a la caseta de vigilancia de la privada, no sin antes verificar que los candados de la cerca principal estuvieran realmente cerrados. 

 Atrás dejaron la casa, ubicada en Albores 12. No volverían ahí hasta dentro de tres semanas más para darle mantenimiento al pasto de la entrada. 
    
    Los vecinos nunca se quejaron, pero el frío de invierno hacía que el hielo formara una delgada capa sobre los techos, que el sol alcanzaba a deshielar por la mañana. Las gotas escurrían por las paredes exteriores. La brisa fría cantaba a través de las palmeras de los jardines. Doña Wilma, en su bañera, había logrado congelar en el tiempo su estancia en la ducha, sumergida en sus sales aromáticas, mismas que habían facilitado la momificación del cuerpo al haberle fallado el corazón. 



@manuelbrito59

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