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viernes, 13 de julio de 2018

Pozole mío



Ingredientes
1 kilo espinazo o lomo de cerdo (o una mezcla), pedazos medianos.
500 gr maíz blanco para pozole precocido.
½ cebolla blanca grande, pedazos grandes.
3 chiles guajillo secos, sin semillas.
½ cucharada comino en polvo.
1 diente de ajo, pelado.
Sal, al gusto.
Orégano en polvo, al gusto
Pimienta negra, al gusto...
(Rinde 4 porciones)

--¡Mamaaaa, ya lo leí! pero sabes que a mi nunca me ha quedado tan rico como a ti...

   Cualquier día de la semana era igual en cierto modo, las rutinas eran estables, aunque la estabilidad era algo que hace mucho salió volando por la puerta.

   Ramiro y yo nos conocimos en la secu. La historia típica en donde de nuestro amor nacieron tres bendiciones, Luisa, Mario y Nayte...de 12, 10 y 8 años respectivamente.

   Lo difícil de ser madre a los 18 es que nadie te enseña nada de nada.

   Solita una debe de aprender a hacerle de todo, a empezar por la cargada del primer crío. De ese sí me acuerdo que me dolió hasta el alma cuando nació, por puro parto natural en el servicio de salud.

   Los demás fueron mas fáciles, por cesárea ambos, sin batallar. La edad y el tiempo nos dan la experiencia para ir campeándole a la vida sus problemas.
 
   A mis 25 años y con 14 de conocer a Ramiro, los años me han enseñado a ser prudente, recatada, sumisa. Siempre pendiente de las necesidades de mi marido, un esposo firme y fiel a su familia. 

   Él procura siempre estar pendiente de todos nosotros y corregirnos cuando sea necesario. Sé que le causamos problemas, y que en el taller mecánico en donde trabaja necesita estar concentrado, es el trabajador más responsable de todos.

   A la vida que nos tiene acostumbrados es difícil rehuirle: la alacena llena, ropa nueva y zapatos cada dos que tres meses, helado en la nevera, los niños metidos siempre en internet gracias a sus aparatos. 

   Yo también traigo mi parte, le pongo la casa limpia y a mi marido su ropa limpia y lista, me choca que no se le quite las manchas de grasa. 

   Así son las cosas cuando una se casa, las casadas nos debemos a nuestros maridos, a sus exigencias materiales; como tener comida en la mesa y que le guste, bien servida, cocinada y al tiempo en que llega a comerla; lo mismo que en la cama, que me haga suya cada vez que le venga en gana, aunque por dentro solo sienta un gran deslave.

   Así es la cosa, cuando el lo quiera y como quiera seré su amante, a complacerlo sin demorar, esa es mi parte, en este trato que es de dos y eso es punto y aparte.

  Mama lo entiende, después de tantos pleitos y de sus maridos, en su viudez ya se me ha acostumbrado. Al mirar mi soledad y mi desenfado, cuando en lugar de un llanto atroz, me callo y sigo de largo, Mama lo entiende; aunque sé con solo verla que me desaprueba, pero este amor se va de dos y no se queja, y ella nos deja ser, nos deja crecer.

   Así los años con algunos disimulos, mamá se ocupa menos de los problemas de mis hermanos. Yo no me quejo, dejé de darle enfados, ahora sólo quiero disfrutarla, estar con ella, refugiarme entre sus consejos y sus abrazos, pero también quiero morderme la lengua antes de aceptar que quizás esta vez tenía razón, mamá tenía razón. 

   Ella era mi único escape de esta vida de encierro, casi infernal. Ramiro tomaba diario y me golpeaba igual. No me sangraba la cara, si no esta tonto, sabe siempre en donde me pega, así no me dejaba marcas ni moretones. 

   Siempre he pensado, que la culpa es mía, que me he dejado, me he descuidado, ya me he agotado, me puse fea. 

   Cuando nacieron los niños ya no le puse atención, los tenía que cuidar, ya no saciaba sus ganas, sus deseos contenidos, sus impulsos... ya no podía, ni tenía tiempo.
 
   Por eso cuando empezó a andar con Aurora, la vecina, mejor hice como que no veía, sabía en el fondo que no le duraría, hasta que ella se cansó de que él la buscara borracho, con pinta de mamarracho, con el pantalón meado y se notaba aunque éste fuera bombacho. Luego se me escapaba con la Sandra, la piruja del 28, ella sí que sabía hacer su trabajo. 

   Aún así, no me sentía por ella humillada, pues era yo la equivocada. Tan solo era yo quien nunca pudo alistarse por su macho, ni defenderlo a toda costa, defenderlo como hembra. Yo siempre he sido poca cosa. 

  Y por eso mi mamá siempre me regañaba, decía que era toda una dejada, que aunque fuera a la distancia la situación le dolía, que al menos antes confiaba en mi vida, ella creía en que al final la arreglaría, pero que ya la estaba cansando.

  Creo que mamá ya no se toma tan en serio la vida, después que aquel infarto que la dejó en cama durante una buena temporada, creo que ya ve la vida tan ligth que ya nada le preocupa.

   Ahora nos llevamos muchísimo mejor, tan es así que me prometió a principios del año  pasado hacerme el mejor regalo de mi vida, pero tendría que esperar hasta mi cumpleaños, a que lleguen todos mis hermanos, en total los cuatro, con sus consabidas parejas y todos mis sobrinos. Ellos vendrían a invadirme a gritos y correrías de chamacos la casa.

  Lo que recuerdo muy bien, que me da felicidad, es que mi cumpleaños cayó en domingo, fue el mejor domingo de mi vida, demasiado bueno para ser verdad. 

   Estábamos todos, ya sentados en la mesa, mamá servía muy a gusto de las ollas el pozole, ¡ahhh! Que rico estaba. Mamá siempre ha cocinado delicioso. Entonces imagínate el plato rebosando los bordes con el caldo, mientras las presas de carne acumuladas en el centro eran bañados con el maíz quebrado, la lechuga con su rábano en rodajas, los polvos de orégano sobre la cama de blanca crema esparcida sobre todo aquello....y las tostadas, ¡ufff! Las tostadas sofritas en aceite con su toque de salecita y tu exprimiéndole limón para que amarre.

  Así que, aquí estábamos todos, la familia completa, los adultos y los niños. Mi mamá estaba contenta, que digo contenta, estaba feliz. Ya tenía mucho tiempo que no le habíamos visto esa cara, de una felicidad tan radiante que nos recordó a todos lo hermosa que era, por su melena rubia que le cubría a mechones el rostro marcado con el paso del tiempo y nuestras travesuras. Al menos ese día nada pudo romper la felicidad en nuestra vida. Y después de ahí, aun con la zozobra de no saber nada de Ramiro, pude lentamente rehacer mi vida, que parece que empezó desde ese día, el día que mi mamá nos cocinó pozole para mi cumpleaños, cuando estábamos todos juntos celebrando. Precisamente ese día mi madre me dio el abrazo más largo del mundo, deseándome una vida plena y llena de tranquilidad. 

   Se nos salieron las lágrimas, lloramos abrazadas, por lo menos hasta que se me ocurrió decirle que se me hacia raro que Ramiro no se hubiera aparecido para hacernos un drama; todo lo que tuve de vuelta fue un manotazo en la nuca y el gesto molesto de mi madre prohibiendo volver a pensar tan siquiera en semejante animal que lo último que hizo apenas el sábado anterior fue lanzarle una mirada de odio desesperada a mi madre antes de que ella le callara la boca de un bofetón, al menos, eso me dijo ella...y yo le creo.

  Así que me dediqué a disfrutar a mi familia, a mis sobrinas, a mis cuñadas, a todos. Mamá se dedicó a limpiar la casa. Tratamos de ayudarle pero nos regañó a todos, Limpió la mesa, recogió los platos, lavó las ollas y la cocina entera. Se esmero a fondo. El cloro se convirtió en su mejor amigo. Incluso la Coca Cola corrió por litros en su sistema, porque se ha de haber tomado más de cuatro litros. Barrió y trapeo los pisos, sacó las enormes bolsas de basura con restos de comida y huesos que sobraron del almuerzo. Las roció con cloro, para que los perros no las rompan y hasta les dio propina a los de la basura para que nos dejaran limpio afuera, en la calle.

   Estas vacaciones de navidad los niños y yo platicabamos sobre pasarlas con la abuela. 

  Ella dijo que sí, que nos recibiría con mucho gusto. Empacamos todo, cada quien hizo lo suyo, pero yo me entretuve con algo que no había hecho, levantar la ropa que Ramiro había dejado. No había tenido tiempo una vez que me dedique por completo a la lavandería que puse en la casa. 

   Desde que él se me fue, hace cinco meses, no me había caído el veinte. No se llevó más que solo su ropa puesta. Es algo que el idiota ya había hecho antes alguna vez, por eso no se me hizo raro; pero en realidad no importa, al menos de este tipo ya no quiero saber nada.

   A fin de cuentas, me he librado de un cerdo borracho y me he ganado a una madre.



@manuelbrito59
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