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sábado, 19 de octubre de 2019

Esferas


-La bolas doradas que me siguen por lo oscuro del camino me hacen correr desde las dos cuadras atrás, donde el autobús tiene su paradero.-Soraya Muñoz

"-Cuando nos bajamos mi hermana y yo no vimos nada, para ser las siete de la tarde estaba clarito aún. Ninguna de las dos sentimos esta presencia, eso fue de repente.


  Ella sintió al bajar del camión que estaba como calentito el ambiente, yo le dije que de seguro se nublaba, porque siempre que llueve se pone más fuerte el bochorno. Ella me sujeto del brazo y me puso la palma de su mano en la mejilla, de pronto se había puesto toda helada.


  El trasporte nos envolvió en el humo negruzco de su escape, con eso tosimos las dos mientras cerrábamos los ojos para estornudar casi en sincronía.


  Al abrir los ojos estaba oscuro el ambiente, esto fue tan rápido que nos miramos extrañadas para tratar de entender lo que sucedía. El camión avanzaba por el camino dejándonos con una sensación de soledad que siento desde ese día cada vez que veo a un camión alejarse.


  Estela revisó su teléfono, sorpresivamente eran apenas diez minutos después de las siete, debería estar el cielo claro y no de oscuridad como apenas hacía diez minutos antes.


  Sin querer asustar a nadie y menos entre nosotras, decidimos ponernos en marcha hasta la casa. Faltaban poco mas de doce  cuadras exactas para llegar a la casa. Pequeñas, pero doce, en la esquina le tienda de don Quique y a dos casas estaría mi madre lavando y tendiendo la ropa, lo mismo que hacía cada viernes con los uniformes de todos.


  Se me crisparon los nervios y sentí los vellos de la nuca erizarse, como cuando los pavos levantan sus plumas. Mi hermana levantó enfrente de mi la mano y apuntando con él índice la montañita que se veía a lo lejos, me recordó que era un 22 de Octubre, los gitanos de la comunidad deberían estar celebrando en aquel monte sus cosas raras, bebiendo y bailando como a veces lo hacían en la plaza del pueblo hasta que ya borrachos se peleaban entre ellos y volvían a subir al cerro.


  Estela gritó del susto al sentir una mano fría recorrer su espalda. Me lo dijo, le creí al ver una sombra detrás de ella mover lo que me pareció una mano.


  Las esferas del tamaño de pelotas de tenis aparecieron flotando enfrente de nosotros, el  abuelo nos había contado desde niñas el cuento de que a finales de Octubre debíamos alejarnos del cerro y no salir solas de la casa, mucho menos de noche... Pero ya no éramos unas niñas y teníamos que trabajar en la ciudad, por eso volvíamos temprano, antes del oscurecer.

  Giraban, las esferas giraban al rededor nuestro. Palidecí, lo sentí por los escalofríos que no dejaban de recorrer mis nervios. Estela y yo quedamos inmóviles en lo que parecían momentos eternos.

  Algunas esferas se acercaban tanto que me parecía que podía ver dentro de esas cristalinas bolas los ojos rojos inyectados de sangre de alguna mujer de aspecto hosco, fría, sin sentimientos, con algunas arrugas en los ojos y otras muy arrugadas, muy viejas, pero todas esas mujeres parecían arder en llamas ahí adentro. Cómo no íbamos a sentir mucho miedo con ellas pasando entre nosotras y rodeandonos.

  Mi hermana gritó como pudo mi nombre: ¡Soraya! -escuché claramente, no creo haberlo imaginado - ¡Cierra los ojos, tírate al suelo y hazte un ovillo! - Eso es lo que decía el abuelo para deshacerse de ellas.

  Ella sujetó lentamente su bolso de mano, donde guardaba su cartera, metió su teléfono y sin hacer otros movimientos se hincó en el piso para ponerse en posición fetal. Yo traté de imitarla, pero me sentí muy nerviosa cuando una esfera se acercó a mí hermana por la espalda transformándose en una anciana de tamaño normal vestida de falda blanca de manta, su blusa clara bordada de flores negras y naranjas que combinaban con el pañuelo que usaba de tocado en la cabeza. Su collares de huesos tintineaban al moverse. Eso me sorprendió de forma alarmante, ya que más que asustarme de verla posar los pies descalzos en el piso de barro, fue más el pensamiento de que podía hacerle algo a mi hermana.

  Le grité a la bruja: "¡Déjala!" - olvidando lo que él abuelo siempre nos había dicho, nunca, pero nunca, hacerles caso porque entonces vendrían más como ella a tomarnos más interés. Lo lamento ahora, lo olvidé por completo. Lo lamentaré siempre.

  La "bruja", como nos había dicho el abuelo, cogió a mi hermana del cabello levantándola del piso. La puso frente a mis ojos y ella casi se desmaya al entender lo que estaba pasando.


  La bruja posó su mano derecha sobre la cabeza de mi hermana y la pobre de Estela solo se iba convirtiendo en una momia seca, seca. Se me llenaron los ojos de lágrimas mientras se chupaban la energía de mi hermana y no podía hacer nada.


  Otra bruja se convirtió a lado mío transformándose desde la esfera en la que viajaba, con eso fue suficiente para sentir que tendría el mismo fin que mi Estelita.

  No recuerdo más que el sentir el toque abrasador de su mano, ahí me desvanecí.


  Desperté tendida a un lado del camino en medio de la claridad de la tarde. No alcanzaba a recordar en ese momento qué es lo que hacía ahí, pero por instinto me levanté limpiándome el polvo de la falda larga al tiempo que revisaba mi teléfono, apenas eran las siete y quince. - ¡Mi hermana! - me asaltó el recuerdo y pronto caí en cuenta de que todo lo acontecido estaba confuso en mi mente, inverosímil.


  Busqué con la mirada a Estela y al no verla comencé a buscarla por la zona a mi alrededor.

  Caí de pena y horror junto a su cuerpo enjuto, tieso, seco, lo que me dejaron de ella. La abracé con todo mi amor de hermana diciéndole que la quería mucho pero por más que le pedía perdón sabía que yo nunca me lo perdonaría a mí misma.


  Desde aquel día repito a los niños del pueblo los cuentos del abuelo sobre las luces de los gitanos y las esferas que brillan y vuelan. Les cuento la historia de Estela y que aunque ya no les temo, siempre que se me aparecen brillando a mi paso, apresuro mi andar para recorrer las doce cuadras hasta mi casa y guardarme de ellas un día mas.


  Ese día aprendí a no tenerles miedo, pero tampoco voy a dejar que suceda de nuevo, conmigo. Normalmente es a fin de mes cuando le cambio sus flores al pequeño altar hecho a un lado del camino en donde falleció mi hermana. 


  Sólo que ahora cada 22 de Octubre desde hace 5 años, me quedo junto al altar desde antes de las siete de la tarde hasta que Estelita se va de nuevo por ahí de las siete treinta, tan sólo para compartir un café y un par de panecillos con ella.-"




@manuelbrito59 
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