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martes, 12 de febrero de 2019

¡Grasa, joven¡


-¡¡Ro-pausa-daqueven-da!!
¡¡Zapa-tosvie-josquecambie!!
¡¡Cachiva-chesytrasti-jos!!
¡¡Barati-jasymueblesviejosquecom-pre!!

--Mira a ese pobre hombre, Lucía, lleva años recorriendo las calles.
---A mí me da miedo, Estelita, ¡Me asusta lo que nos pudiera llegar a hacer!
----¡Ay! Ja, ja, ja, ¡Qué cosas dices, Rosaura! Llevo más de 15 años viviendo en esta cuadra y te diré lo mismo que me dijeron a mí, recién llegada:
"Aquí abajo, en la falda de la montaña, todas las tardes sin falta, en nuestra calle se escuchan una y otra vez los gritos y pregones del ropavejero.

 El hombre `viejo` vaga por todas las calles de nuestro vecindario arrastrando su carreta de madera que jala por todos lados, atiborrándolo de chatarras y demás basura, mucha de la cual en otras calles le venden y en otras más, le compran.

 Dicen que él creció a unas cuadras hacia abajo, por el camino a las granjas cerca del campanario y que de niño, le encantaba jugar al balón, que era muy sano y muy activo; eso todavía podemos verlo, aún es muy guapo, aunque no lo creas, detrás de la máscara que le ha dejado el tiempo, tenía un rostro tierno, con los ojos color miel que vivían enamorados de su amada y por más que se escondan atrás de su gran barba, los bigotes desaliñados y todo su vello facial tan descuidado no alcanzan a ocultarlos, aunque tapen toda la belleza de su varonil rostro.

 En su juventud era gracioso, pasaba del tiempo de basquetbolista a beisbolista, se hizo músico y actor, era un hermoso varón joven, muy gallardo al reclutarse en la Marina.

 Al regresar de ella luego de su estancia de un lustro, ya era toda una eminencia médica, imagínate que gusto era tenerlo, un gran médico militar al servicio de nuestro pueblo, dicen que él era muy generoso, cobraba lo justo y a veces hasta las medicinas te daba.
Susana, su esposa, lo sabía; por eso lo apoyaba en todo. Juntos abrieron el comedor y el dispensario, después los talleres escolares y el refugio del horfanatorio; él podía haberse hecho muy rico si dejaba el pueblo y se quedaba en la ciudad, pero dicen que a Susana no había poder humano que la convenciera de que vivir en la ciudad era una buena idea, por el contrario, ella creía que en el pueblo estaban libres de la ignominia y la fatua banalidad del egoísmo que atrapa a las personas, esa que hace que los que tienen más, traten a sus semejantes peor que a la basura que desechan todos los días.
Susana y el Doctor Sánchez se conocían desde la infancia, fueron vecinos, se querían desde chicos. Cuando Susana se mudó a la gran ciudad con sus papás, el entonces adolescente Omar Sánchez le lloraba amargamente a la virgen del Rosario pidiendo al cielo por su amada y por su pronto regreso.
Dicen que mientras los papás le lloraban como desaparecida camino a su escuela secundaria ella pudo florecer, lejos de la santidad, florecía en un burdel, su propio tío paterno la vendió allá. La nubil figura de la adolescente al tío encendía y hasta quemaba, al grado de secuestrarla para poseerla, lo cual ella, en su candida inocencia no alcanzaba a comprender, perdonaba todo por su inocencia al proceder pero su amargo y solitario tío solo la hizo padecer.

 Omar supo y se contuvo, no la pudo rescatar,  se lo impiden sus estudios y carrera militar; vuelve al pueblo y en encierro, le toma al tío la lujuria degollada para guardarle el racimo en la garganta y desollarle desde el ano como principio del intestino para jalarlo por completo hacia atrás, dicen que obviamente, aún estaba vivo el tío pero nadie se atrevió a hablar de ello jamás.

Así es como Susana encontró su libertad, al sacarla del tugurio nunca fueron paso atrás. Viajan juntos de regreso, viajan juntos sin parar, mientras ella sangra y llora pero es de felicidad.

Susana Hernández y Omar Sánchez se deciden a casar, aunque jóvenes ya pueden y lo deciden sin chistar.

 Dicen que de esto nunca hablaron, fueron chismes nada más, pero aquí recomiensan sus vidas olvidando lo demás; viajando harto, vienen, van; se dedican a quererse, a quererse así nomás y es entonces que la vida, sube y baja cual ruleta, los pone en una encrucijada más.

 Ella padece de un cáncer, provocado por bacterias, mal recuerdo del tugurio. Él se aferra a curarla, llorando a mares su miseria; es preciso repetirles que aunque médico diestro, nunca pudo combatirles, la fue perdiendo entre bacterias que no se dejaban hallar.

 Estudios siguen, pruebas de sangre, el pueblo entero se une a la pena y se acongoja, pasan diez años de sufrimiento en la pura espera de que el buen Dios su alma recoja.

 Desesperado, subió hacia el monte recomendado, pues le contaron que la chamana, la vieja loca de la montaña podía encontrarle a su fiel amada la cura, ya que maldita parecía su suerte y antes de humillarse ante aquél Dios inhumano el preferiría darle muerte aunque fuera por su propia mano.

 Sube, y sube, y sube; más la subida en aquella cuesta no viene sola sino en protesta, se encuentra al macho viejo cabrío que se le imposta en su libre albedrío y es el doctor, quien antes ecuánime y bien intencionado, baja del monte con un bote grasiento y un poco azulado, con el cual a su sufrida esposa embala y entre vendas enbalsama, toda la noche si es necesario; la tapa toda con las cobijas, le toma y le besa muy cariñosamente la mano mientras ella tiembla de frío de muerte y dice entremezcladas unas palabrijas, para descubrir al día siguiente que se ha quedado dormido, encima él ha puesto su cabeza entera sobre las manchadas sábanas de blanca seda, las cuales han sido de añil teñidas, la mujer hermosa y a la vez radiante al fin se ha despertado, con tan vigorosa actitud que él pasa pronto desde el asombro hasta sentirse el hombre más afortunado.

 La vida celebran y ofrecen festines, invitan a todos comidas y de todos confites, festejan la vida y el júbilo juego, terminando todo al enterarse luego, de que la chamana le dio al hombre tan cruel advertencia, el hechizo no es magia, es de grasa fresca.

 El hombre no dice, nunca lo platica, pero del horfanatorio cada mes, es más chica la lista; la gente comenta, el murmullo es más grande, pero nadie se atreve a decirlo al ver a Susana radiante.

 Al final de la luna, cuando cierra su ciclo, en las calles oscuras se oye el grito de un chico, un grito que desgarra como puñal ardiente; se asustan en las casas la buena gente del pueblo, no saben ni se imaginan aunque pudieran verlo.

 Se dice que con el tiempo, se cerró el dispensario, el comedero a cielo abierto y también la oficina del boticario; la gente asustada empezaba a emigrarse, preocupados por sus hijos perdidos cuando salían a embriagarse.
En un cuento en la taberna, dicen que se emborrachó el doctor Sánchez y cuando más borracho estaba, dicen que para enseñarles medicina a los alcohólicos se rebanó la pierna ahí mismo con un cuchillo,  que se hizo un gran corte, a la mitad del muslo, se lo abrió de la cadera a la rodilla moviendo muy alegre después su espinilla; se costuró la piel aunque andaba todo ebrio, para demostrar su ciencia, aunque la taberna ya olía a cerdo muerto.
Insiste el Doctor Sánchez en demostrar su 'magia', la cual se carga de muestra en un frasco de boca ancha y que también es de vidrio templado, con algo de vapor pero al tacto siempre es azulado; se procede a embarrarse, de esta manteca heredada, le agradece la receta a la vieja de la montaña.
Esta grasa pestilente, le ha cubierto la gran herida, pero para sorpresa de todos le ha curado enseguida.

"Es mentira" dicen muchos, "Parece grasa de venado albino", dicen otros; pero el buen Doctor les dice que: "No, esta grasa tiene que ser la grasa de un niño".

 Que se debe tener al niño con sogas  asegurado, para después extraerle el pellejo, es mejor si el niño en verdad está muy asustado; colgarle de pies y manos para evitar el desperdicio, arrancarle la piel muy a ras con cuchillo, jalarla tan pronto se libere del epitelial casquillo, la piel es desechada, alimento para los perros, aunque también será hechada al cacerol con los cebos, esos que se le cortan a los pliegues y a los bultos, bultos que siempre se forman debajo de la zona cutánea; se deshacen los lipos lentamente mezclados con polvos de hierbas extrañas al mismo tiempo son sazonados, más solo así se logra este remedio, para tener la vida eterna es menester caminar a veces sobre yerros.

 ¿Asustados los parroquianos? Claro que no, tan solo sueltan estrepitosas carcajadas, "Esos son cuentos de borrachos", pero el caso es que ella muere, por más que él quiera evitarlo, pues después de haberlo dicho, la manteca a su mujer ya no le estaba funcionando.

 Dicen que regreso a la chamana, a pedirle un auxiliar pleñidero, pero que ella antes ya le había advertido que todo debía permanecer en secreto.

 Dicen que de rayos y truenos se les llenaba la vista, que desde aquí abajo se veía tan nublado, que hasta se sentía gélida la gran ventisca.

 Baja el hombre nuevamente, con otro líquido endiablado; pero cada vez es más sombrío. Por su amada, él ha cambiado.

 Se oyen pregones en las calles todas las tardes, luego los infantiles gritos y lastimosos llantos todas las noches; lo que parecía una leyenda urbana sobre los niños perdidos a cada fin de mes pasó a ser cada semana, para luego hacerse a diario, hasta que se acabaron los críos en el vecindario.

 Persiguen al hombre, le dan una paliza, le incendian la casa para luego descubrir que desde una cornisa se podía contemplar sobre una cama al cuerpo inerte de la mujer amada, quien aunque muerta, seguía todos los días de mantecas azules siendo embarrada.
Incendiando todo al fin, la población cedió en su furor enardecido, para dejar moribundo y lapidado a un hombre desangrado, cuyo único pecado fue el haberse enamorado.

 Dicen que el díablo personalmente a curarlo vino, y que la chamana de la montaña se dedicó a cuidarlo, lo cierto es que... No sé tú,  pero si lo ves de cerca a mí me sigue pareciendo muy guapo"
--¡Vamos Estela!, Quizás y por fin ya consigas novio ¡¡Y es Doctor!!
---Están locas ustedes dos, pero sí que se ve musculoso desde aquí... No sé...bueno ¡Vamos!
----¡Dios! ¡Pero que locas están!

 El viejo vagabundo se detiene al momento que un pequeño bolero se le planta con sus escasos 10 años por el frente y señalando con su dedito a sus viejos zapatos de piel color azul algo gastados por el uso, exclama mientras acomoda en el suelo su cajón de boleadora: "¡Grasa, joven!"


@manuelbrito59
Imagen Web de: Renato Rognoni

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